“Uno se cree que las mato el tiempo y la ausencia,
pero su tren vendió boleto de ida y vuelta,
son aquellas pequeñas cosas
que nos dejó un tiempo de rosas…
en un rincón,
en un papel,
o en un cajón.”
(J.M. Serrat)
Hoy me levanté nostálgica, y al abrir un cajón que no usas muy a menudo puedes encontrarte infinidad de cosas que te traigan recuerdos dormidos. Un poema, una fotografía, una postal, una carta de amor. Objetos que por sí mismos no tienen valor alguno, pero cuando adquieren una identidad, o guardan secretamente una historia, son “cosas” que nos devuelven esos sentimientos que creíamos olvidados. Al releer un poema que guardo con cariño, reviví la historia de una joven ilusionada con su boda. Lo tenía todo, la deseada fecha de su enlace, un hombre capaz de hacerla feliz, un proyecto en común que ambos iban a llevar a cabo, pero no tenía un vestido para su boda soñada, aunque su madre era modista le dijo que no tenía tiempo para confeccionárselo. Y ella y su novio no tenían la economía suficientemente desahogada para poderlo comprar.
Para consolarla, su futuro cónyuge le escribió este poema:
“Vamos a hacerle un vestido
a la novia que lloraba
teñido de blanca aurora
para que rabie la rabia.
Coronaremos su pelo
con perlas anacaradas
nacidas en los abismos
donde el sol no penetraba.
El blanco de los jazmines
para la tela más blanca
sobre su pecho bordadas
mil estrellitas del alba.
Y en su velo transparente,
cristalino como el agua
robaré a los manantiales
sus mariposas más claras,
para que mi niña cubra
su rostro de fina plata.
Para sus manos dos guantes
tejidos con seda blanca
que los hicieron las náyades
con lagrimitas amargas
Los zapatitos dorados
del oro de las entrañas
de los volcanes secretos
donde se funde la lava
Y volaré hasta la luna
para traer en mis alas
el blanco polvo que brilla
en las noches escarchadas.
Buscaré entre los Océanos
el fuego rojo sin llama
de los corales ocultos
que las sirenas guardaban
y pintaremos sus labios
y sus mejillas rosadas
y con algas trasparentes
y con peines de esmeralda
le peinaremos su pelo
su pelo de espuma blanca.
Y cortaremos mil rosas
azules, rojas y blancas
con sus capullos cerrados
y así su esencia guardada
Y esperaremos abrirlos
cuando el sol, muy de mañana
estremezca sus semillas
despertando sus entrañas,
y los pétalos abiertos
con los diamantes del alba
y te haremos un perfume
con esencias milenarias.
A las abejas que beben
el néctar de zarzas blancas
les pediremos la cera
que en sus panales guardaban
y te haremos una crema
batida con plumas blancas
de la gaviota que llora
perdida por las montañas
¿Te gusta niña el vestido
que diseñó la mañana?
cosido con hilo blanco
con el que tejen las hadas.
Vamos a hacerle un vestido
a la novia que lloraba
teñido de blanca aurora
brillante de madrugada
¿Porqué lloraba la niña
Mirando por la ventana?
Porque mañana es mi boda
porque me caso mañana
y aun no tengo mi vestido
para mi boda soñada.”
Al final, todo salió bien pues vino en ayuda de la joven una verdadera amiga, juntas compraron un pedazo de raso blanco, unos metros de visillo blanco para cortinas de cocina, algunas cuantas puntillas bordadas y el resultado fue un bonito vestido de novia estilo “ibicenco”.
Gracias a esa generosa “modista ocasional”.
¿Tienes algún cajón con cosas de un tiempo de rosas? Espero tus comentarios.